En el mundo del queso, donde abundan los sabores complejos, las cortezas florecidas y los largos afinados, el queso fresco puede parecer, a primera vista, un actor secundario. Pero nada más lejos de la realidad. Este tipo de queso, blanco, húmedo y sin maduración, es uno de los pilares fundamentales de la dieta mediterránea y de múltiples tradiciones gastronómicas en España, Italia, Grecia, América Latina y más allá.

La imagen que acompaña a este reportaje nos transporta a un entorno natural, casi bucólico, donde el queso fresco aparece sobre una tabla de madera, rodeado de vegetación. La presentación recuerda los métodos artesanales de producción, en pequeñas granjas o queserías rurales, donde la leche se transforma a diario en productos de proximidad, nutritivos y profundamente ligados al territorio.

Un queso sin artificios

El queso fresco es un queso joven. No pasa por procesos de afinado ni curación. Se elabora coagulando la leche —normalmente de vaca, aunque también puede ser de cabra u oveja— y escurriendo el suero, a menudo mediante moldes perforados o paños tradicionales. El resultado es un producto con alto contenido en agua (puede alcanzar el 75 %), sin apenas sal o aditivos, y de sabor suave, ligeramente ácido, muy apreciado por su frescura y versatilidad.

Esta categoría de queso es ideal para quienes buscan un alimento más ligero, con bajo contenido en grasa y alto en proteínas. De ahí su presencia habitual en dietas equilibradas, menús hospitalarios, regímenes deportivos e incluso como primer alimento lácteo para niños tras la lactancia.

Pero el queso fresco no es solo salud: es tradición, identidad y placer gastronómico.


Orígenes rurales y evolución contemporánea

La historia del queso fresco es tan antigua como la domesticación del ganado. Su preparación requiere pocos ingredientes —leche, cuajo (animal o vegetal), y calor moderado—, lo que lo convierte en uno de los primeros quesos elaborados por el ser humano.

En la Península Ibérica, cada región ha desarrollado su propia versión de queso fresco. En Andalucía y Extremadura, es frecuente encontrar quesos frescos de cabra o mezcla, servidos con aceite de oliva virgen extra. En Canarias, el queso fresco de cabra es un emblema gastronómico, mientras que en el norte de España es habitual encontrar requesón o «queso de Burgos», con leche de vaca, más delicado y lácteo.

Fuera de España, el queso fresco adopta otras formas: la ricotta italiana, el paneer indio, el queso blanco latinoamericano, o la mizithra griega. Todos comparten la misma base: leche recién cuajada, escurrida, lista para consumir.

En las últimas décadas, el queso fresco ha dado el salto a la industria alimentaria, con versiones pasteurizadas, sin lactosa, enriquecidas con calcio o vitaminas. Aunque este desarrollo ha permitido que más personas accedan al producto, la versión artesanal sigue teniendo un valor gastronómico y cultural incalculable.


Elaboración artesanal: el arte de lo simple

Aunque hay versiones industriales, la elaboración casera o en queserías artesanas sigue siendo común. La receta tradicional incluye:

  • Leche fresca: mejor si es del día y sin homogeneizar.
  • Cuajo natural: animal (de estómago de ternero o cabrito) o vegetal (como el cardo silvestre).
  • Temperatura controlada: alrededor de 32–38 °C.
  • Reposo y escurrido: la cuajada se deposita en moldes (como los de la imagen, con dibujo de cesta) y se deja escurrir durante horas, sin prensado mecánico.

El resultado es un queso que conserva la esencia de la leche: cremoso, levemente ácido, sin aromas fuertes, ideal para acompañar frutas, pan, ensaladas o simplemente con un poco de sal y aceite de oliva.


Valor nutricional y beneficios

El queso fresco se ha ganado una reputación merecida como alimento saludable. Estos son algunos de sus beneficios:

  • Alto en proteínas de alto valor biológico, esenciales para músculos y tejidos.
  • Fuente de calcio, crucial para huesos, dientes y salud cardiovascular.
  • Bajo en grasas saturadas, especialmente si se elabora con leche semidesnatada o desnatada.
  • Digestión fácil, al no tener fermentación compleja ni procesos de maduración.
  • Versatilidad culinaria, que permite incluirlo tanto en platos dulces como salados.

Además, muchos quesos frescos son aptos para personas con intolerancia leve a la lactosa, especialmente cuando se elaboran con fermentos lácticos que reducen el contenido de lactosa natural.


Consumo y maridajes

El queso fresco puede disfrutarse de múltiples maneras:

  • En crudo: acompañado de miel, frutas de temporada, mermeladas o compotas.
  • En ensaladas: con tomate, albahaca, aceite de oliva, aceitunas negras y un toque de pimienta.
  • Con pan: como se aprecia en la imagen, una combinación perfecta para desayunos o meriendas.
  • En cocina: rellenos de empanadas, canelones, croquetas o como topping de pizzas y pastas.
  • Postres: como ingrediente base para tartas de queso, flanes o con frutos secos.

En cuanto a maridajes, combina muy bien con vinos blancos jóvenes, frescos y afrutados como un Verdejo, un Albariño o incluso un cava brut nature. También se puede acompañar de cervezas ligeras, infusiones florales o jugos naturales.


Producción local y sostenibilidad

Optar por quesos frescos de producción local implica apoyar la economía rural y reducir la huella de carbono. La elaboración del queso fresco requiere menos energía que la de quesos curados, al no necesitar cámaras de afinado ni largos procesos de maduración.

Además, al tratarse de un producto de corta vida útil, se consume normalmente cerca del lugar de producción, lo que favorece los circuitos cortos y fomenta el consumo responsable.


Curiosidades y cultura popular

  • En España, el queso fresco fue protagonista en los desayunos tradicionales durante décadas, especialmente en zonas rurales.
  • En las Islas Canarias, se consume a menudo a la plancha, dorado por fuera, con mojo o miel de palma.
  • En América Latina, el “queso fresco” es esencial en la cocina criolla, desde las pupusas salvadoreñas hasta los tacos mexicanos.
  • El queso fresco también se utiliza en dietas terapéuticas por su bajo contenido en sodio y facilidad de digestión.

Preguntas frecuentes

¿Cuánto dura el queso fresco en el frigorífico?
Entre 7 y 10 días si se conserva bien tapado y a temperatura constante. Es recomendable consumirlo lo antes posible para disfrutar su frescura.

¿Puedo congelar el queso fresco?
No es recomendable. Al contener mucha agua, la congelación altera su textura, haciéndolo más seco y granulado tras descongelar.

¿Es el queso fresco apto para vegetarianos?
Depende del cuajo usado. Si se utiliza cuajo vegetal (como el cardo), sí. Si el cuajo es animal, no sería apto para vegetarianos estrictos.

¿El queso fresco tiene lactosa?
Sí, aunque en menor cantidad que la leche. Algunas marcas ofrecen versiones sin lactosa. También existen variedades artesanales fermentadas con bajo contenido en lactosa.


En resumen, el queso fresco, humilde pero esencial, sigue siendo uno de los grandes referentes de la cultura alimentaria mediterránea. Su sabor suave, su valor nutritivo y su versatilidad lo convierten en un protagonista silencioso, pero insustituible, de nuestras mesas.